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EL REY RIÑÓN

En una comarca (cuerpo humano) caracterizada por ser regida o controlada por diferentes sistemas, para el buen funcionamiento y beneficios de sus habitantes, dentro de ellos y uno de los más destacados o importante, es el sistema urinario", comandado o regido por el "Rey Riñón" hombre engalanado, y de mucha prestancia, siendo de alguna manera muy respetado por otros reyes de la misma comarca, tales como: "El Rey Corazón, Rey Pulmón Rey Cerebro” entre otros. el "Rey Riñón" generalmente pasa sus días relajado y divertido, a pesar de sus múltiples labores, o funciones, es así como en sus momentos de ocio o de relajamiento, dedica su tiempo a profundizar en su múltiples faceticas cultural, con énfasis en el género vallenato, en donde ha demostrado, su lirismo poético, en condición de compositor, algo que le permitió compartir innumerables parrandas con el maestro Rafael Escalona, con el hijo prodigio de Aracataca, Gabriel García Márquez, convertido en un referente de la literatura, quien consideraba que el "Rey Riñón" no solo era excelente en sus funciones administrativas, sino un digno exponente y cultor de la música vallenata, comparándolo, por su lirismo, con poetas como: el gran Rosendo Romero Ospino, (el poeta de Villanueva), con Gustavo Gutiérrez, hijo adoptivo de Patillal y Santander Duran Escalona, sobrino de Rafael Escalona y también el aprecio por ser un rey de manos dura pero de noble corazón, quien no desaprovechaba su gran talento como cantautor, para agradar también a su amigo Gabo, sobre todo cada vez que el hijo de Aracataca le cae un año más al collar de su existencia, en fin una gran demostración de amistad entre el "Rey Riñón" y el hijo de Aracataca.

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Esas parranda de cumpleaños duraban días o semanas, y siempre amenizados por los encapotados Nicolás Colacho Mendoza" Alejo Duran y el mismo Juancho Rois, y como figura decorativa, la presencia de una mujer esbelta y seductora, como Consuelo Araujo Noguera, conocedora de los ingredientes de una verdadera parranda vallenata, la presencia de la mujer de las trinitarias, le hacía palpitar de forma desmedida el corazón al "Rey Riñón", aunque este siempre estaba acompañado de su esposa, la “Reina Suprarenal” quien muchas veces no oculto sus celos por la hermosura de consuelo. En estas parrandas por diferentes causas, se departían tragos de wiski, cervezas, guaro o ñeque cuando los primero se agotaban, un buen asado y sancochos trifásicos, para contrarrestar los efectos de los tragos, que incitaba al baile pero con tan mala suerte de no poderlo hacer ya que en las parrandas vallenatas no se baila, sin embargo era tanta la felicidad del rey y la reina, que su permanencia siempre era hasta el final, en ocasiones el rey y la reina demostraban su dones de bailarines, sobre todo en los paseos vallenatos románticos, como la canción “Mujer como tú” de la autoría de Orlando “Ando Ruiz” en estas fiestas o parranda la reina no ocultaba sus celos, por su amado rey, sobre todo si sus miradas eran para otras encantadoras mujeres, pero todo esto le permitió al rey hacerle canciones a la reina, como una titulada “Tus Celos” romántica total, donde le describía su eterno amor, y le pedía que dejara la desconfianza, por todo lo anterior el rey es digno de emular;

 

Todas las expresiones románticas de las canciones del rey riñón tenía una sola dirección, la musa de sus canciones, la “Reina Suprarenal” por lo que todo finalizo con el matrimonio de esos dos románticos, dando origen a una familia respetada y conformada por ellos y tres hijos que de mayo a menor eran: Escroto Rafael, Pene Candelario y el menor Testículo Alexander, quien naciera luego de una cesárea de urgencia, ya que la reina rompió membranas y hasta allí sería un parto prematuro, gracias a dios el bordón de la familia presento un desarrollo normal, pero eso sí, era el más consentido por todo el sufrimiento que pasaron por él y por ser tan divertido ya que bailaba muy bien todo los géneros musicales: tango, salsa, champeta, reggaetón y particularmente los aires vallenatos (paseo, son, merengue y puya).

aquí se aplica el dicho “de tal palo esta tal estilla”, ya que el rey riñón además de cantautor vallenato, demostró condiciones inmejorables de baile, serenatero insigne y tenía siempre una canción titulada “Mujer Como Tú”, de la autoría del compositor Orlando “Ando Ruiz”, ya que esta es un compendio de armonía musical y una letra diciente y lógico hecha a la medida para la mujer de sus amores, la “Reina Suprarenal” por toda estas razones es por lo que Rafael Escalona lo llamaba el ”riñón vallenato” y claro, sus canciones tienen un gran contenido lirico metafórico, como signo de respeto y admiración al género femenino, todo lo anterior lo mezcla con su gran capacidad funcional o administrativa del sistema urinario que comanda con mucha excelencia, generando muchas veces posturas intransigentes y de envidia por parte de mucho súbditos o subalternos.

 

Según cuentan algunos abuelos de las etnias arhuacos y cancuamos, que en muchas ocasiones lo vieron cómo se divertía el “Rey Riñón” en su infancia en las aguas cristalinas del Rio Guatapuri, esas aguas diáfanas fueron y seguirán siendo fuente de inspiración, para todo los compositores del valle del cacique upar, como bien lo afirmaba Lorencito Morales, Emiliano Zuleta Vaquero "el de famosa obra “La Gota Fría “ esas aguas cristalinas del Rio Guatapuri son espejos del agua (orina) que elimina el “Rey Riñón”, pero lo que no quisiera el eliminar piedras como las que arrastras el famoso rio.

El “Rey Riñón” es admirado por los otros reyes de la comarca (cuerpo humano), ya que por su trabajo mancomunado, generan un bienestar a todo los habitante de la misma.

Cuando el sistema de los reyes: corazón y pulmón se deteriora, es al sistema del “Rey Riñón” a quien le toca organizar estrictamente sus funciones para impedir el deterioro de la comarca corporal, cuando esto sucede en mayor o menor proporción, la tristeza del rey es evidente y es cuando más listo y completo desea tener su batallón de más o menos un millón o millón y medio de soldados (batallón glomerular), bajo estas circunstancias cualquier invitación rumbeica es rechazada por el rey, lo que demuestra la gran responsabilidad y jerarquía del rey, por eso una de sus frases celebre es: “cuando puedo voy y me los pego, y cuando no puedo me quedo”.

Al “Rey Riñón” fuera de enfrentar o ayudar a resolver los sin sabores o problemas de otros sistemas, le toca hacer frente a los suyos, por injuria proveniente de otros sistemas, encabezada por la “princesas diabetes” y la “presión arterial” quienes

 

Atacan al batallón glomerular, estas en muchas ocasiones reducen al batallón a su mínima expresión funcional, degradando la alegría característica del rey, hasta el punto de no querer ver a la mujer de sus amores la “Reina Suprarenal”.

En tiempos remotos y aun en los actuales el rey ha tenido dificultades en el sistema que el mismo comanda (genito urinario), librando batallas con el “capitán uréter”, quien intenta impedir parcial o totalmente el transporte de ese líquido de color transparente como las aguas del Rio Guatapuri o de color ámbar, como el wiski que rey consume en su exuberante fiestas, que gracias a Dios han estado limitadas En estos tiempo de “pandemia covica”, son verdaderos obstáculos como las barricadas formadas por piedras (litos), en números y tamaños diversos, muy parecido a los bloqueos de las calles de Cali en tiempo de reclamos social, en los que el rey le toca actuar con manejo conservador de la situación (tratamiento médico expulsivo) o más agresivamente según la gravedad del obstáculo, ordenando se practiquen las ultimas técnicas de tratamiento litiasico.

el “Rey Riñón” es muy amante a recorrer todo su sistema o aparato urinario, sobre todo cuando cabalga en su caballo dálmata, en compañía de su reina y parte de su aguerrido ejército, tan armado y valiente como el de SIMÓN BOLÍVAR y el mismo Napoleón en sus buenos tiempos, es de gran agrado el reposar en su hacienda “la vejiga” en donde producto de las notas armoniosa que le saca a su guitarra medio concierto, compone sus mejores canciones, en los diferentes géneros, principalmente el vallenato, y por la cadencia que le imprime son escuchada en los distintos cierres o clausura de importantes congresos, sobre todo en la Sociedad Colombiana de Urología, por eso fue merecedor de un reconocimiento criollo, en una noche de jolgorio y de rumba en “Andrés carne de res en Bogotá”. El rey si bien se relaja en su hacienda “la vejiga”, no descuida y en compañía de su ejército, persuade en los intento de bloqueos líticos en la misma (vejiga), o por parte de la princesa prostatakarina, esta princesa esbelta en su juventud y de caminar coquetón , en el 5% de la veces mira con ojos románticos al rey, pero en el 90% de las veces, le impide el paso, cuando su majestad quiere llegar a la “llanura uretral”, la postura de la princesa prostatakarina, según afirman algunos entendido, obedece al celo que le genera el romanticismo entre el rey y la “Reina Suprarenal” mirándola como dice el dicho: “como gallina que mira sal”.

 

Cuando la princesa prostatakarina se torna muy iracunda puede obstruir tanto, que ocasiona un sumani en la “hacienda la vejiga” y los vientos huracanados pueden llegar muy fuerte y destruir progresivamente todo el batallón de aguerridos glomerular y con esto la muerte del “Rey Riñón”.

ubicándonos en el tiempo, en el año 1840 se realizó un congreso internacional de reyes por lo que el "Rey Riñón" fue invitado por el “Rey Pulmón I” de Francia , por lo que viajo en compañía de la reina y sus tres hijos: Testículo Alexander, Escroto Rafael y Pene Candelario, realmente un viaje lleno de aventura, teniendo en cuenta los vaivenes de una embarcación ligeramente rudimentaria y en pleno oleaje en altamar, pero era tanto la expectativa de toda la familia, sobre todo las del rey, sabiendo que en este congreso de reyes se contarían con la presencia de ángeles humanos que explicarían los comienzo de una mejor defensa ante las diferentes agresiones de los sistemas y en el caso puntual del “REY Riñón” el sistema urinario, por eso los riesgo de transcendental aventura, no alteraron sus nervios, la felicidad que mostraban los tres hijos del rey era evidente ya que se divertían viendo esporádicamente el juego de las ballenas en algunos sitos del agua verde azul del mar.

 

El viaje se cumplía sin tropiezos pero un poco preocupante y de tensión nerviosa para la reina que observaba disimuladamente la gran inmensidad del agua y la posibilidad de un triste naufragio, pero a la vez se llenaba de valor, con solo pensar que al llegar a París ella y su familia se darían el gusto de conocer monumentos históricos como la Torre Eiffel, el arco del triunfo, el museo de arma de napoleón y la iglesia de Notre Dame entre otros.

Su hijo mayor Escroto Rafael le daba mucho ánimo y no dejaba de darle 20 gotas de valeriana cada ocho horas en agua azucarada, lo mismo hacia Pene Candelario, quien además de cantar sus canciones e interpretar su guitarra amenizaba el viaje, esto heredado de su padre por eso el dicho “de tal el palo tal la astilla”.

El único que iba calladito y entretenido era el hijo menor Testículo Alexander quien leí y releía obra del gran Gabriel García Márquez y una que lo lleno de mucha esperanza, en poder realizar sus sueños artísticos y académicos, aun con dificultades económicas, mensaje central de la novela “el muchacho aquel” de la autoría del urólogo y escrito Orlando Ruiz Jiménez.

El capitán del barco rudimentario de un momento a otro y después de 60 días de viaje, por las innumerables estaciones para reabastecerse de gasolina, anuncio que ya se encontraban a un kilómetro del puerto, algo que lleno de mucha alegría a toda  la familia real, solo allí dejo de leer Testículo Alexander, soñando con conocer o disfrutar un recorrido turístico en el rio Sena, como todo el que llega a Paris.

 

A las 6 am del día primero de febrero de 1840, zarparon de la embarcación a tierras parisinas. la reina le pidió al rey y a sus hijos dirigirse a esa hora a la iglesia de Notre Dame, para darle gracias a Dios por estar sanos y salvos, una vez cumplida la petición de la reina tomaron un carruaje que los llevo al palacio real del Rey Pulmón I de Francia quien lo espero con su familia: Tráquea Carolina y sus hijos Bronquio mayor y Bronquio menor, posaron por la alfombra roja y todo amenizado por la orquesta sinfónica de Paris, en fin un verdadero acontecimiento, luego de los actos protocolarios, fueron invitados a desayunar en la casona de Paris, con un desayuno tipo bufet y en donde se le guardo al rey y a su familia algo sugerido por el: patos semicrudo, gallina y comida de mar cocida en jugo de limón, luego todo los reyes e invitados pasaron al salón de conferencia del congreso, en donde fue presentado el médico francés Leroy D”Etoilles, quien hablo por primera vez o utilizo la palabra urología, abriéndole el camino a otras autoridades médica y planteando alternativas para resolver los diferente obstáculos que tenía que enfrentar el rey riñón y su ejército de glomérulos, fue un verdadero acontecimiento y lleno de muchas expectativas en la solución de problemas del sistema genitourinario, de la misma manera el “rey riñón” le dio al agradecimiento a todos, en especial al rey pulmón I de Francia, quien además le ofreció una beca al hijo mayor del rey riñón para que adelantara estudios de urología en la escuela francesa, y al segundo hijo para que estudiara música instrumental, por eso después de un tiempo regresa a Colombia, cargado de esperanza para resolver todo o gran parte de sus problemas, encontrándose con el doctor Zoilo Cuellar Duran, en el año 1896, padre de la urología colombiana (formado en la escuela francesa de urología) y posteriormente con eminencia como los doctores: Jorge E. Cavelier Jiménez, Manuel A. Rueda Galvis, Pablo Gómez Martínez, Alfonso Latiff, entre otros, por lo que el rey da gracias a Dios por encontrar ángeles Europeo y principalmente ángeles colombianos para resolver sus problemas, finalmente el rey se queda en la hacienda “la vejiga” en compañía de su eterno amor y su hijo menor Testículo Alexander, para el resto de sus días.

Autor: Orlando Ruíz

EL SOL SIEMPRE BRILLA MÁS ALLÁ DE LAS NUBES

La casa de campo del doctor Toledo era una moderna caja de cristal incrustada en el desierto de Zabrinsky, a pocos minutos de Mosquera. Desde mi infancia no había estado en una fiesta tan grande como la de esa noche. Dos orquestas de salsa contrapunteaban al aire libre en una guerra musical, mientras la gente del hospital bailaba extasiada, levantando el polvo rojizo de la pista de baile hecha de tierra.  Yo me encontraba fumando un cigarrillo junto a la piscina, estupefacto ante el reflejo de las estrellas que destellaban en el agua.

 

- ¿Tienes fuego? – Me preguntó el doctor Toledo tras aparecer de la nada a mi lado. Negué con la cabeza, así que encendió su cigarrillo con el mío –. ¿Qué haces aquí solo en plena fiesta? – me cuestionó en un tono amable, pero su mirada era inquisidora.

-Nadie deseó acompañarme a fumar – le mentí. Realmente quería escapar por un momento de la multitud.

- La mejor compañía está aquí dentro – dijo al tiempo que me daba unas palmadas en la espalda. Su boca era particularmente grande para su pequeña cara y cuando hablaba parecía que siempre contuviera las ganas de reír. Sus ojos negros relucían con la luz distante de las antorchas.

- Tiene un espejo gigante justo en el patio de su casa, es muy afortunado – dije algo nervioso dirigiendo la mirada nuevamente a la piscina, sin saber qué responder a lo que me pareció un halago.

- Así es. Cuando la veo de noche, me satisface pensar que el universo infinito está justo a mis pies. La belleza de la oscuridad y la luz en una danza eterna – hizo una pausa para tomar una bocanada de su cigarrillo, mientras ondeaba su otra mano en el aire como lo hace un director musical en un concierto –. El sol siempre brilla más allá de las nubes, nunca lo olvides – arrojó su cigarrillo sin terminar a la piscina, rompiendo bruscamente con la armonía de las estrellas titilantes en el agua. Me dedicó una sonrisa y se marchó. No era la primera vez que me decía aquella frase. La utilizaba cuando hablaba de esperanza, del destino o cuando algo resultaba ser diferente a lo que parecía.

 

Aquella noche celebrábamos el cumpleaños número cuarenta y cinco del doctor Toledo. Era difícil pensar que un hombre tan encantador y amistoso como él hiciera las cosas que le acusaban. Su elocuencia siempre hacía sentir especial a todos, incluyéndome. A pesar de conocerlo desde hacía tan solo cuatro meses, en poco tiempo había confiado en mí como ningún profesor del posgrado lo había hecho antes. Por ello, los rumores iniciales me desconcertaron, pero las visitas del Ministerio de Salud en su ausencia terminaron de abrumarme.  Por suerte, el doctor Toledo estaba en Japón cuando todo ocurrió.

 

Una representante del Ministerio de Salud se había presentado dos semanas atrás, sin previo aviso, en el hospital. Se reunió con el gerente médico y le expuso todas las quejas que había recibido de pacientes que habían sido presuntas víctimas de los actos del doctor. Le pidió poder entrevistar al personal que trabajaba en el quirófano o de lo contrario cerrarían la unidad de urología, por lo que el gerente accedió sin objeción.

 

Judy, la instrumentadora que en la fiesta reía a carcajadas en una mesa distante, con un vaso de whisky en su mano mientras yo estaba junto a la piscina, contó que el doctor programaba uretroplastias perineales, pero que realmente solo abría la piel y los músculos sin siquiera tocar la uretra.  A su derecha se encontraba la enfermera Amanda, que siempre lucía trasnochada y descuidada, pero en la fiesta sorprendió a todos con su vestido escarlata de lentejuelas y sus piernas largas. Ella confesó que el doctor Toledo no fragmentaba los cálculos, para poder operar al paciente en varios tiempos quirúrgicos.

 

Podría así describir a cada uno de los asistentes y narrar las atroces historias que contaron a la representante del Ministerio, pero ninguna fue peor que la de Hermes. Él era el auxiliar de enfermería más antiguo, así que conocía al doctor Toledo desde hacía más de quince años. Confesó que el doctor había realizado nefrectomías de riñones sanos. A pesar de la magnitud de sus acusaciones, aquella noche Hermes bailaba bajo la luz de la luna con otro hombre, en el centro de la pista de baile.

 

La representante también me interrogó, desde luego. Antes de entrar a la oficina donde me esperaba, una señora encorvada llamada Clara, encargada de los servicios generales del hospital, me entregó una taza de café negro recién molido.

 

- Es muy triste que lo estén traicionando de esta forma – dijo en voz baja, casi susurrando. Yo solo asentí –. Él es un buen médico, un hombre justo y bondadoso. Operó a mi marido de la próstata sin cobrarle un peso. También me ayudó con dinero para comprarme una nevera. Nadie hace eso en estos días. Un corazón tan grande sería incapaz de hacer lo que esos embusteros dicen. No caiga usted en lo mismo – me dijo con sus ojos a punto de llorar y se marchó, fugaz.

 

- Ciertamente, yo nunca vi en cirugía algo éticamente incorrecto.  Aunque en más de una oportunidad descubrí que decía mentiras innecesarias. Me contaba, por ejemplo, que había trasnochado por realizar procedimientos de urgencia en el Hospital Departamental, pero la jefe de salas de ese lugar, que era mi amiga sin que él lo supiera, me contaba que llevaba días sin ir. Dos veces le escuché contar a personas diferentes la historia disparatada de un robo en el que, en una versión el ladrón resultó ser un viejo amigo suyo mientras que en otra era su exnovia. Mentía también en cosas triviales como la comida y la gente que conocía. Cuando bebía, sus historias eran aún más teatrales.

 

Más allá de mis observaciones, que nunca compartí con nadie, no tenía algo malo que decir de su quehacer médico. Por ello no tuve reparos en negar todo lo que la representante del Ministerio me preguntó esa mañana.

 

El doctor Toledo regresó de su viaje a la ciudad tres días antes de la fiesta. Horas antes de la velada tuvimos una jornada de circuncisiones. Operamos diez pacientes en total. En el quirófano hablamos de su viaje a Kioto. Me asombró que no hubiera aprendido ninguna palabra en japonés y que no supiera qué era un torii. Dudé si su poco interés en hablar del viaje residía en la tensión que tenía por los eventos acontecidos o si su viaje fue otra de sus fantasías. Me dijo que las fotos de su viaje se habían borrado de su teléfono, así que me inclino más a pensar en esto último.

 

Me sorprendió que no hubiera cancelado su fiesta de cumpleaños. Aunque no me hizo ningún comentario respecto a las visitas de la Ministerio de Salud en su ausencia, daba por sentado que sabía todo con detalle, porque Clara le contaba todo. Aquella noche en la celebración de su cumpleaños, pensé que quizá sí tenía un corazón tan grande como parecía, porque sin rencor les obsequió a todos esa gala mágica.

 

La música se detuvo bruscamente a la media noche. El doctor Toledo tomó el micrófono e indicó que debíamos sentarnos para comer. Había muchos meseros, diría que uno por cada mesa. En la mía estaba sentado Hermes junto a su novio, una enfermera y dos secretarias. El novio de Hermes preguntó con emoción qué plato era el que estaban sirviendo.

 

- Callos a la madrileña con arroz jazmín y ensalada fresca– respondió con elegancia el mesero.

- Pero para ti hay un plato vegetariano, preparado con cariño – exclamó la mesera al servir el mío y me guiñó el ojo. Tardé un poco en reconocerla, ¡era Clara! Me dio una enorme alegría verla en la fiesta y la abracé fuerte. Quise decirle que no era vegetariano y que posiblemente se habían confundido, pero ella se marchó con agilidad felina. Los invitados a mi lado comían con alegría. Yo me conformé con mi falafel.

-Los callos están un poco cauchosos, ¡pero muy jugosos! – dijo Hermes mientras masticaba con la boca abierta.

 

Después del postre, nos sirvieron a todos una copa de vino rosado para brindar. El doctor Toledo tomó nuevamente el micrófono sosteniendo una copa en su otra mano.

 

- Esta es una noche muy especial para mí. El lazo que he forjado con ustedes a lo largo de estos años fue trenzado con hilos de amistad, pero su fuerza sólo puede igualarse al de un lazo de familia. Inevitablemente esto me hace pensar en Julio César, que amó a Bruto como un hijo sin serlo y le tendió la mano no solo a él sino a toda su familia, dotándolos de privilegios. El César nunca pudo prever, que aquél que adoraba y protegía sería uno de sus traidores.  Bruto conspiró contra él y sin piedad lo apuñaló junto a otros senadores en la Curia de Pompeyo. ¿Pueden imaginar su tristeza, cuando vio a Bruto hundir el puñal en su cuerpo? ¡No, por supuesto que no! Pero yo sí, y de hecho la estoy viviendo. Hoy, queridos invitados, festejo con beatitud que he decidido renunciar a mi puesto en el hospital como urólogo – hizo una pausa para elevar la copa –. Por favor, desdibujen esa expresión de sorpresa. Les pido que brinden conmigo, porque ya no nos veremos más. ¡Salud! – acto seguido, se bebió todo el vino de un solo trago. Una copa sonó al romperse en el piso, de un invitado que atónito dejó caerla.

 

Después, todo pasó muy rápido. El doctor Toledo seguía usando el micrófono para lanzar insultos como: “¡Fuera de mi casa!”, “¡fariseos!”. Su esposa se acercó a él para intentar calmarlo mientras los invitados huían despavoridos. Esa fue la última imagen que tuve de él.

 

Al día siguiente, nadie paraba de hablar de lo sucedido. Las cirugías se atrasaron porque la resaca y los rumores enlentecieron a todos. Yo me limitaba a escuchar, me divertía oír una versión diferente en cada pasillo. Al final de la jornada quirúrgica Hermes se acercó a mí en los vestidores.

-Doctor, por todo lo que pasó había olvidado preguntarle por los especímenes de patología de las circuncisiones de ayer – dijo con su voz aguda.

-Los frascos con los prepucios los recogió Clara para llevarlos al departamento de patología – respondí confuso. En ese momento nos interrumpió justamente ella.   

-A mi me dieron los frascos, pero cuando llegué a patología me los devolvieron porque iban vacíos – afirmó. Hermes me miró meditabundo.

-Es muy extraño. Voy a volver a buscar – suspiró Hermes y se alejó.

 

Clara me miró fijamente con una sonrisa tenue. Nunca había visto esa mirada en ella. Tenía la picardía de una niña traviesa, que se ha salido con la suya. Yo sentí miedo y náuseas, porque intuí el destino los prepucios del cual Clara y el doctor Toledo me habían salvado con el plato vegetariano.

 

- El sol siempre brilla más allá de las nubes – dijo susurrando, soltó una carcajada y se esfumó.

Autor: Romelio Chirimuscay

(Pseudónimo)

MOMENTO VITAE

El abuelo intentó recordarla. La palabra venía y tocaba la punta de su lengua para luego evadirla y retirarse, alejándose de su memoria. Aunque intentaba con gran esfuerzo retenerla, no lograba que esta transitara libremente por su mente. A veces se acercaba y despedía un aroma antiguo, de flores o perfumes. Sentado en su sillón amplio y desgastado por el uso y el paso de los años, descansaba sus dos manos en los brazos de curtido cuero. Los acarició intentando relajarse un poco. Quizás así vendría de manera natural a su memoria la imagen que intentaba recordar.

Al oír su nombre repetido por la voz femenina que lo acompañaba, levantó su mirada y pudo verla: fue un instante fugaz, como una estrella que ilumina el cielo antes de desvanecerse para siempre. Pero fue a la vez un instante eterno. Un espacio del ayer, la magia del tiempo suspendido en el vacío, flotando en el aire, llenándolo de memorias y recuerdos. Brillaron sus ojos al encontrar los ojos de su eterna amada. Ella sonreía con la mejor de sus sonrisas, como cuando caminaban por el malecón tomados de la mano, al atardecer, para sentarse uno al lado del otro y contemplar el concierto de color del sol danzando en el infinito, rozando el mar, creando una estela anaranjada, que se vislumbraba como un sendero hacia la vida.

Sintió el roce de su piel, aspiró el aroma de su boca. ¡Sí! Ahora estaba seguro, era un aroma de flores y perfumes a la vez. Perfume antiguo y siempre nuevo que llenaba su existencia, cada mañana al despertar.

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Recordó cuando la conoció. Era un día de primavera, en la Iglesia del barrio, a donde acudía cada domingo a las 10, para asistir a la eucaristía dominical. Siempre pensó que el matrimonio era algo serio, venido de Dios, como el mejor de los regalos que el buen Padre le hace a un hijo. Cuando la vio no tuvo duda. Luciendo su vestido blanco y su sonrisa abierta, parecía un ángel más que un ser humano. Ella también le miró. ¿Azar o coincidencia? dirían algunos, pero más allá de toda especulación supo al instante que sería su mujer.

Se acercó un poco temeroso, inseguro y se presentó sin titubeos. El calor de su mirada lo envolvió y oyó su dulce voz decir que sí, que irían después de la eucaristía a tomar algún café.

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<<Tus hijos están aquí>> dijo una vez más la femenina voz arrancándolo de su pasado e interrumpiendo su recuerdo. No había dudas. Esa mujer sentada a su lado, encanecida y de rostro envejecido, era ella. Pudo encontrar en lo profundo de sus ojos, la belleza que le cautivó el primer día. Su voz única y sutil le penetró en lo más profundo de su ser poniendo a resonar las cuerdas de su amor. Tomó su cara con las manos temblorosas y le sonrió. Acercó sus labios y besó su mejilla, secando una lagrima de sal que ya rodaba cuesta abajo.

Entraron a la habitación. Sus hijos, de pie, le miraban con expectación. Con el temor de no ser reconocidos, se acercaron al anciano y estamparon cada uno de ellos un sonoro beso en su frente. Por un momento les sonrió para después fijar su mirada en el eterno blanco de su memoria y abstraerse en un sueño asesino que le arrebató la dicha del encuentro.

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¿Qué hago aquí? Quiero ir a casa. No puedo seguir viviendo entre estas gentes extrañas que van y vienen y nunca se detienen. Quiero volver a sentir el calor del hogar, la cena dispuesta, el compartir. La cama recién tendida de sabanas limpias, la almohada fría y al lado el calor de ella. ¿Dónde está? ¿Por qué se fue? Si tanto la he amado y tanto me ha amado, después de tantos años, ¿por qué no está aquí?

Luego silencio. Un silencio enfermizo, prolongado, austero, tan profundo como un hoyo negro sin fin. Silencio martillándole las sienes, interrumpido por momentos por acufenos y pitos, que amenazantes anunciaban la pérdida del oído al paso de los años. Y una vez más esa palabra, esa maldita palabra que no lograba recordar. Parecía una mosca zumbadora que viene y va, dispuesta a impedir su descanso.

<<Mi amor, están aquí, quieren estar contigo, compartir un rato>>. De nuevo la estrella fugaz, la luz que viene con la voz que ama. Recordó entonces que le gustaba el vino rojo, especialmente el tempranillo de la Rioja española, acompañado por un buen manchego madurado, fuerte, intenso, que resaltara el sabor del agraz y la ciruela. Por un momento llegó a aspirar su aroma, a sentir el olor de la madera mezclada con la uva macerada y fermentada en las barricas.

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Recordó la primera botella descorchada mientras ella contemplaba su perfil y conversaban sobre su futuro. Soñaban con vivir al sur, tener muchos hijos, muchos nietos. Una familia grande para reunir en navidad y en cada fecha importante, cada cumpleaños. Continuar la tradición que heredó de su familia, el encuentro semanal alrededor de la mesa, compartiendo una exquisita cena.

Luego, silencio, vacío total. Como la pared del frente fría, dura, blanca. Silencio mortal cual ventosas en su cuerpo drenando lentamente sus recuerdos. Silencio en su mente que una vez jugó a aprender y retener conocimiento, a escarbar en los libros, a cabalgar en las lecturas y en las páginas de historia, ciencia y filosofía. Tanta palabra aprendida ahora disuelta, esparciéndose en remolinos ininteligibles, incomprensibles, indiferentes.

<<Papá, soy yo, Natalia ¡qué bien te ves!, te luce esa camisa azul. Te he extrañado mucho, pero aquí estoy, ¡cuánto te amo!>>. Volvió la vista buscando la fuente de esa voz familiar. Por un instante el cielo se despejó y pudo ver el sol radiante. Vio la niña de sus ojos, la niña que alzaba entre sus manos y cubría de besos y de abrazos. Le sentaba sobre sus piernas y le contaba historias de Moisés y de Jesús, o simplemente le cantaba una canción: “Érase una vez, una lobito bueno, al que maltrataban todos los corderos…”. Al terminar no paraban de reír imaginando el mundo al revés. Imaginaban que ella era su doncella y él, el rey, que majestuosamente conducía a su bella damita hasta la cama para darle el beso de las buenas noches. Luego del beso, nuevamente ese espantoso silencio de palabras idas. El ruido de la soledad, del estar con tantos y sentirse solo. La confusión, la tristeza, la ansiedad.

¿Cuándo viene María? Alza su mirada y busca agitado a su alrededor. <<Estoy aquí -responde ella-, siempre a tu lado, nunca te dejaré>>. Su voz hace que la ansiedad se aleje, su alma se aquieta y vuelve a la cavilación.

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Es el encuentro del amor que nunca muere. El encuentro de dos seres eternos, que vencen el miedo de vivir. Afrontar lo difícil, escalar la cumbre pedregosa y afilada hasta la cima. Paso a paso, llevando a cuestas el amor que se olvidó en la mente, pero no en el corazón.

 

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Autor: Francisco Vianney

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